¿Por qué es importante que los niños hagan experimentos?

«Dime y lo olvido, enséñame y lo recuerdo, involúcrame y lo aprendo«. Con esta cita, Benjamin Franklin recogía el significado del aprendizaje activo, hoy en día conocido en todo el mundo y, cada vez más, utilizado en las escuelas y los centros educativos.

Los experimentos y los juegos científicos son actividades emocionantes, que captan la atención de grandes y pequeños. La ciencia y los mecanismos que regulan la naturaleza y el mundo se pueden aprender fácilmente gracias a ellos. Resultan herramientas perfectas para entender la realidad.

Detrás de los experimentos hay lo que se denomina «aprendizaje basado en problemas» (PBL, del inglés Problem-Based Learning). Es una metodología aplicada en muchos centros educativos, cuyo propósito principal es asegurarse que los niños participen activamente en actividades escolares buscando  respuestas a ciertos problemas o fenómenos reales. A través de estas actividades, los niños son actores del proceso de aprendizaje: desarrollan hipótesis, identifican consecuencias, solicitan información adicional y comprenden los mecanismos que gobiernan la realidad.

Obviamente, el aprendizaje activo no es nuevo, pero cada vez se aplica más, y se introduce en los programas de las escuelas. Los beneficios son muchos: por un lado, se demuestra que gracias a los experimentos, los niños desarrollan más la curiosidad por todo lo que les resulta desconocido, y se aproximan a los problemas con más entusiasmo. Además, el proceso de aprendizaje es activo: en lugar de incorporar de forma pasiva la información y el conocimiento, se hace de forma activa, con más atención, participando, escuchando las ideas de los demás y aplicando el trabajo en equipo. Al mismo tiempo, se aprende la importancia de respetar diferentes opiniones y de reflexionar para llegar a conclusiones correctas.

El factor sorpresa al final de un experimento también es ideal para captar la atención de los niños, especialmente de aquellos con edades comprendidas entre los 6 y los 12 años. Aprender a aprender no es un juego de palabras, es el verdadero objetivo de la ciencia. Los niños son, por naturaleza, pequeños científicos, receptores perfectos de información, y una gran fuente de curiosidad por descubrir aquello que les rodea. La ciencia en edades tempranas ayuda a desarrollar correctamente el pensamiento crítico, a observar y a razonar.

Hay una gran variedad de experimentos para niños, juegos para motivar la curiosidad del descubrimiento. Uno de ellos es, por ejemplo, el de la «lluvia de color», que permite ver la diferencia de densidad y polaridad entre sustancias como el agua y el aceite. Sólo mezclando unas gotas de colorante alimentario con un poco de aceite, y añadiendo un vaso de agua… ¡se crea un efecto extraordinario!

Con los juegos de experimentos como este, los niños descubrirán las maravillas del mundo: reflexionarán, investigarán, y desarrollarán una gran flexibilidad y apertura mental. De forma casera se pueden elaborar muchos de ellos pero, además, en el mercado hay una gran variedad de juguetes educativos y juegos de ciencia que cumplen esta función.

¡Con los juguetes científicos, el descubrimiento y la ciencia se convierten en un juego!

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